Los protagonistas de los documentales son personas que, con gran generosidad, permiten al espectador entrar en sus vidas y se interpretan a sí mismos a cambio de nada o casi nada. Esta actitud me ha recordado al discurso que, hace apenas dos horas, ha leído la actriz Emma Vilasarau en nombre de Fernando Fernán Gómez, al recoger el Oso de Oro de Honor en Berlín:
“Señoras y señores, queridos compañeros:
El actor de teatro no cuenta con que su trabajo sea visto y apreciado en países distintos al suyo. Su arte difícilmente, sólo en casos excepcionales, traspasa las fronteras. Para el actor de cine la circunstancia es totalmente distinta.
La eficacia globalizadora o mundializadora –incluso antes de estar difundidos estos términos- del cine de Hollywood nos hace sentirnos disminuidos a los que trabajamos en cinematografías que son simplemente nacionales. Como si al faltarnos la globalización nos considerásemos incompletos.
Al comienzo de nuestra carrera profesional, muchos actores pensamos ya que nunca llegaremos a ser auténticos actores de cine, puesto que no saldremos de nuestras fronteras. Firmamos autógrafos en las calles de Madrid, de Barcelona, de Sevilla… Pero somos hombres y mujeres invisibles en Vía Veneto, en Champs Elysées, en Times Square. Somos invisibles más allá de nuestras fronteras, aunque la suerte nos acompañe y lleguemos a desempeñar papeles de protagonista. Y aunque tengamos alguna crítica favorable. Y aunque después de haber intervenido en una película se produzca el milagro de que nos soliciten para intervenir en otra. Debemos resignarnos con la buena acogida de fronteras para dentro. Pero a veces ni aún esta resignación es posible. Por ejemplo, en el momento actual.
Hace pocos días, la prensa española, con casi unanimidad, dedicó comentarios más o menos extensos a la baja calidad el cine español. 'El cine español no reclama la atención del público porque es sencillamente malo en su conjunto', pudo leerse en uno de los diarios de más circulación y firmado por un escritor de renombre. Y añadía: '…El cine español está dominado por la mediocridad, la recurrencia, la vulgaridad…'. En otro diario: '...Un cine pachanguero, ramplón, de personajes planos y tramas archisabidas'. Otro se refiere a 'cierto subgénero de comedieta burda y descerebrada'. Otro a 'guiones que rozan el mal gusto y a veces caen en la grosería'. Y en cuanto a lo que más puede afectarme, los actores: '…Los guiones simples y reiterativos y los actores, sobreactuantes patológicos', según un escritor de familia muy distinguida. Y remacha: 'Aprendan los directores a exigir a los actores que trabajen en beneficio del personaje al que representan, y no al revés. Y cuando lo consigan, que lo hagan con naturalidad, sin sobreactuaciones, sin engolamientos, sin impostar las voces, sin moverse como estacas'.
Al leer esto no pude evitar darme por aludido, quizás impulsado por la vanidad inherente al oficio de actor, y sentí que empezaba a entristecerme. Puede que alguien se pregunte a qué viene hablar de eso ahora, cuando este actor recibe un homenaje. Precisamente por eso. Porque entonces fue cuando me llegó la noticia de que la Berlinale, en una prueba más de su generosidad, había decidido que un Oso de Oro acompañase a los dos ya viejecitos Osos de Plata, el de 1977 por El anacoreta y el del 84 por Stico. Y la llegada de esta noticia me evitó caer en una profunda depresión. ¿Cómo no estar agradecido a este festival, tan reiteradamente propicio para mí?, y ¿cómo, al manifestar mi agradecimiento, superar una profunda emoción? De antemano pido perdón por ser excesivamente lacónico, pero no acierto a decir más que: gracias, Berlín; gracias, Berlín; gracias, Berlín".
FFG
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