Carlos García-Alix, director de "El honor de las injurias": "El rostro de la violencia no nos ha llevado a ningún sitio"
Los jueves 3, 10 y 17 de enero tienen aún la oportunidad de ver la película documental “El honor de las injurias”, a las 19.00 horas, y gratis, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, acompañada por una exposición. Primera incursión cinematográfica del pintor Carlos García-Alix, "El honor de las injurias" cuenta de forma cronológica la historia del pistolero anarquista Felipe Sandoval, alias "Doctor Muñiz", y utiliza como hilo conductor el tesoro de su confesión manuscrita. La composición preciosista de "El honor de las injurias" presenta las imágenes menos vistas de las calles de un atípico Madrid de la Guerra.
Carlos García-Alix: “El personaje llegó a través de un libro, obra de un periodista y escritor, que se llamaba Eduardo de Guzmán. Había dirigido durante la Guerra el periódico “Castilla Libre”. Y este hombre, en su vejez (el libro se edita en el año 76, una vez muerto Franco), publica una trilogía de memorias, y uno de los libros que componen esta trilogía se llama Nosotros, los asesinos. Ahí, Eduardo de Guzmán narra su cautiverio en Almagro 36. Cuenta que durante un tiempo comparte la celda donde está Felipe Sandoval. Habla de él, no mucho, marca mucho las distancias, deja desde el principio muy claro que es un personaje que no le guarda ningún afecto ni ninguna valoración, a pesar de ser un compañero, y sugiere que hay algo oscuro, aunque no lo menciona, en su pasado. Le llama estafador, en un momento dado. Y narra cómo fue su muerte, cómo fue su suicidio en esta comisaría. Aquello me impactó, me llamó mucho la atención, ese personaje que moría repudiado por sus compañeros, y golpeado también salvajemente por sus enemigos.
Luego permanecí alerta, y empezaron a salirme otras noticias de él. Hubo una que lo vinculaba al "Cinema Europa" de la calle Bravo Murillo, de Cuatro Caminos, que fue realmente para mí el punto de no retorno. Era un cine para mí también muy emblemático, era un cine de mi infancia, era el cine más famoso de toda la barriada, y descubrir a Sandoval en el cine Europa... hizo que, de alguna manera, fuera como un encuentro entre mi pasado y el suyo, yo también tenía un pasado en ese barrio, yo también tenía un pasado en ese cine, y por lo tanto aquello me amplió mucho más mi interés por él.
Lo que ocurre es que llegó un momento en que, bien fuera en los libros de Historia, o en los libros de Literatura, no había nada más que yo pudiera conocer. No había apenas una información relativa a Felipe Sandoval. Entonces es cuando acudí por primera vez al Archivo Histórico Nacional, y fue en estos fondos donde pude retomar su rastro con una gran intensidad. Pude conocer, gracias a la Audiencia Territorial Criminal de Madrid, su época de atracador en los años 30. Me di cuenta de que lo que decían los compañeros que hablaron de él, que hablaron bastantes compañeros, era incierto absolutamente. Él nunca fue un ‘chorizo’ vulgar, él no era un atracador común. Él era un militante revolucionario, en la misma estela que podían estar un Durruti o un García Oliver, que también atracaron el Banco de Gijón y nadie se llama a escándalo. Entonces me di cuenta de que hasta la propia intrahistoria de ellos mismos, de alguna manera, rehuía un poco al personaje. A partir de ahí se convirtió su búsqueda en una obsesión por darle cuerpo y poder conocer con detalle lo que había sido la vida de este hombre.
Lo hago, además, desde una posición no moral. O tengo muchas dudas con lo que habitualmente, y a la ligera, establecemos juicios morales. Indudablemente, Sandoval mata. Pero al hombre que decide en un despacho bombardear a la población civil no le doy una mayor cualidad moral. Por lo tanto mis problemas no se situaban en si Sandoval era bueno o malo. Lo que pretendía era que, profundizando en él, o siguiendo una microhistoria, esa microhistoria me devolviera un retrato más global, más amplio, más completo. La mirada sobre Sandoval es una mirada sobre una historia muy pequeña, pequeña en el sentido de que es una historia individual, muy personal, pero que creo que revela, si queréis, nuestro rostro más duro. No el rostro del anarquismo, ni el rostro del comunismo, ni el rostro de la república, sino que yo creo que revela un rostro común a todos, aunque sea el rostro que nunca queremos ver, o que sólo queremos ver en el rostro del enemigo.
Es imposible, de alguna manera, establecer una memoria común. Nunca podrá ser igual la memoria de un carcelero, que la de un preso. No hay posibilidad de decir: Tenemos una memoria común. Lo que creo que hay son muchos relatos. Y, afortunadamente, cuantos más relatos haya, podremos establecer, de alguna manera, un cierto relato común, una cierta literatura que nos devuelve el rostro de lo que fuimos. Sé que es incómodo, pero creo que la única manera en la que podemos avanzar es saber que tenemos que vivir con verdades contrapuestas.
Mi formación cinematográfica la puedo situar, como punto de origen, en las primeras veces que fui al cine o las primeras películas que recordamos. Yo recuerdo especialmente un cine también de la calle Bravo Murillo que se llamaba el “Montija”. Tenía mala fama en el barrio, lo llamaban “el palacio de la sífilis”, aunque creo que hay muchos cines de Madrid que reciben ese nombre. Ahora hay un centro de alimentación. Pero en este cine recuerdo haber visto “Campanadas a medianoche”, de Orson Welles, que lo recuerdo como un acontecimiento, recuerdo haber visto “El tesoro de Sierra Madre”, de John Huston. Yo creo que desde entonces el cine siempre ha sido, indudablemente, un elemento que forma parte de la educación sentimental de toda nuestra generación. Empezamos a verlo en blanco y negro, en los cines de barrio, y terminamos viéndolo en grandes pantallas. Otra cosa es el oficio de hacer películas. Yo no soy un cineasta, tampoco soy un escritor, pero el trabajar en esta película durante estos dos años me ha dado un conocimiento más exhaustivo de una serie de procesos. Los he vivido como un descubrimiento, como algo que me ha enriquecido. Tenía una base, y es que soy un artista visual, y por tanto trabajo con lienzos, o sitúo imágenes en un plano, y me muevo con ellas.
Creo que esta película es fundamentalmente de archivo, donde el montaje juega un gran papel. Ha sido una aventura donde yo, de alguna manera, soy un poco el mascarón de proa, pero ha sido una aventura colectiva, posible gracias a todo un equipo. Ésta es una película de género, o entraría dentro de un género que es el documental, la Guerra Civil, o la Historia Contemporánea Española. Dentro de ese género, Basilio Martín Patino ha sido un referente de primer orden, sobre todo por la libertad. Creo que hay también todo un cine de los que serían los maestros de Basilio, como Joris Ivens, y su película “Tierra de España”, como Roman Karmen, como Rossif, y su película “Morir en Madrid”. Siempre formamos parte de una tradición, al igual que con los cuadros y los libros, todos tenemos padres y abuelos.
Hemos diseccionado cientos y cientos de películas. Tuvimos la idea, desde un principio, de no recurrir a entrevistas. Quería que la historia se construyera como una fábula y que diera todo el sentido de la época, toda la estética de la época, todo ese aroma que tienen los años 20-30. Nos vimos obligados a manejar desde “La verbena de la paloma”, donde viene la actuación en París, “El vampiro de Düsseldorf”, películas de gángsteres uruguayas, mexicanas, “A propósito de Niza”, de Jean Vigo. Era una especie de collage, un ‘recorto y pego’, que ha sido de una exhaustividad impresionante. Y de alguna manera yo también hacía mis propios homenajes a un cine que me entusiasma, y con el que no tenía ningún prejuicio en pedir prestados una serie de planos. Tuvimos también un trabajo de documentación fotográfica de primer orden. De las cosas que me siento más orgulloso es de poder mostrar en esta película, imágenes que sé que no se han visto nunca, que pudimos llegar a ellas gracias al Archivo Histórico Nacional, y unos depósitos de fotografía que se llamaban “Las cajas, 1800”, que fue un auténtico tesoro y que en el Archivo tuvieron la amabilidad de digitalizarlo a una gran calidad, y de brindarnos su utilización. Dentro de lo que cabe siempre teníamos la intención de ofrecer una imaginería nueva, o un poco distinta, de lo que fue esta época. No queríamos caer en una fotografía que, aunque fuera muy buena, estuviese muy trillada, como puede ser la fotografía de Robert Capa o determinada fotografía de guerra.
Independientemente de las bellezas estratégicas, o de nuestras utopías, o de nuestros sueños, lo que veo que el siglo XX nos va poniendo delante de las narices, es que cuando queremos hacer de la Tierra, el cielo, la solemos hacer el infierno. Y que esto se repite de forma permanente. Creo que es una de las grandes lecciones que nos deja el siglo pasado. Desde ese punto de vista sitúa el conflicto, muchas veces, en que terminas apreciando más, en las personas, sus sentimientos, que sus ideas. Porque las ideas tienen el papel que tienen, ocupan el lugar que tienen, pero yo creo que ya no pueden seguir amparando una praxis que, hoy por hoy, sería una demencia, la de utilizar la violencia como un fin para conquistar unos medios justos. Yo creo que lo que nos muestra la película en gran parte es eso también. Que la violencia, con independencia de su rostro atroz o feo, era un medio lícito para llegar a algún sitio. El problema es que no hemos llegado a ningún sitio a día de hoy, y no ha sido por falta de aplicarnos en la tarea de ejercer la violencia”.
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