El dinero lo cambia todo
Sí, el dinero lo cambia todo, como canta Cyndi Lauper. Y lo decimos por algo muy concreto. Ayer se estrenó en Nueva York la película “Standard Operating Procedure”, que examina los abusos a los prisioneros de Abu Ghraib (pueden ver la información que publicamos aquí), y la polémica, envenenada y jugosa, ha vuelto a la mesa. Las críticas más poderosas dejan aparte el análisis de la película para centrarse en algo que tambalea los cimientos del cine documental. Y es que el director Errol Morris pagó a los entrevistados para que describieran las situaciones que les llevaron a cometer tan bárbaros excesos. Morris, tras una sesión en el Festival de Cine de Tribeca, no quiso aclarar a cuántos soldados pagó exactamente, ni cuánto les pagó, pero sí reconoció que lo hizo con aquéllos que le pidieron dinero para hablar y que él consideraba que eran "bad apples", gente que promovió y fue protagonista de los peores sucesos.
Ante esto surgen varias cuestiones: ¿Qué mueve a alguien a participar en una película documental? ¿Puede el dinero compensar que la imagen de uno aparezca en todo el mundo como la causante de la atrocidad hacia otro ser humano? ¿Garantiza el dinero que uno cuente la verdad, o es la excusa perfecta para querer ser más protagonista y adornar y exagerar y alterar fundamentalmente tu historia? ¿Es habitual que se pague a los entrevistados y lo que ocurre es que no se habla de ello? ¿Es mejor no pagar, no ceder al chantaje, y quedarse sin contar una buena historia? ¿Se explota a los protagonistas de una película documental por hacerla gracias a ellos, mientras no cobran nada? ¿Deberían cobrar parte del dinero generado por la película? Pero, ¿y si la película es una autoproducción y su distribución no llega ni a cubrir los gastos?, y eso en el caso de que no se siga poniendo dinero para difundirla. ¿Es justo que, en la misma película, unos entrevistados cobren y otros no? Si se anuncia al principio de una película, que parte de los protagonistas han recibido dinero, ¿perdería la historia credibilidad?, ¿seguirían viéndola? Y así podríamos seguir con decenas y decenas de preguntas que esperamos que sean el principio de una reflexión.
El director francés Nicolas Philibert tiene, por ejemplo, una opinión en contra muy clara, como dejó saber en la clase magistral que ofreció en la última edición del Festival “Punto de Vista”, de Pamplona. El autor de películas como “Regreso a Normandía”, aclaró algo cansado este punto, después del proceso judicial iniciado cuando uno de los protagonistas de “Ser y Tener” le pidió más y más dinero por haber aparecido en su película. Nicolas Philibert: “El profesor presentó cinco demandas ante los tribunales, cinco demandas que perdió, consecutivamente. Pienso, realmente, que salvo excepciones muy concretas, no habría que pagar a las personas que participan en este tipo de películas. Si no, entraríamos en un engranaje con el que, ¿qué haríamos?, ¿habría que pagar al bombero o al médico que presta declaración, o a quien se hace una entrevista en un informativo? Insisto en que siempre se pueden hacer excepciones, cuando, por ejemplo, Claire Simon hizo una película que se llama 'Mimi', pidió a una persona que trabajase para ella, y esa persona no estuvo trabajando durante tres meses, con lo cual la directora decidió pagarle el salario equivalente a esos tres meses que no había trabajado. Voy a explicar cuál ha sido la realidad de lo que ha pasado con ‘Ser y Tener’. Y es que casi en el momento de su estreno, o muy poquito tiempo antes de que se estrenase, ahí ya nos dimos cuenta de que había una serie de señales que evidenciaban que iba a ser una película de éxito. Sí que ya, desde ese momento, puesto que el profesor, quien encarna al profesor, participaba conmigo en la promoción de la película, junto con el productor decidimos proponer a esta persona una cantidad de dinero. Pero simplemente por acompañarnos en esa tarea de promoción de la película. Y se le propuso mucho dinero, puesto que sí que contábamos con ese éxito. Pero yo creo que era como si el profesor quisiera que constantemente se añadiera un cero en el talón. Quería al final ganar más que Catherine Deneuve y Gérard Depardieu juntos. Y nos negamos. Nos negamos a sus pretensiones, pero sí que lo que le ofrecíamos eran 39.000 euros. 39.000 euros por cinco semanas de promoción. Le dijimos que íbamos a esperar y ver qué pasa, y si el éxito era todavía mayor de lo que pensábamos, volveríamos a hablar, quizá podríamos darle más dinero. Pero en lugar de eso nos encontramos con que nos envió a un abogado y lo que dijo el abogado es que su cliente no había dado autorización alguna, y por tanto la película era un fraude, una falsificación, puesto que hay una propiedad intelectual, la propiedad de la persona que está dando clase, y ésa es su clase, su aula. Dijo el abogado que su cliente era coautor de la película. Así que al mismo tiempo habría que haberle dado un salario de actor, puesto que era coautor de la película. Finalmente, todo esto se dirimió ante los tribunales y no fructificó ninguna de sus demandas. Es una historia muy triste porque, en realidad, si él no hubiese tenido esta actitud, hubiese podido acompañarme durante cuatro años, haciendo la promoción después de la película, haber viajado por todo el mundo. Tenía ante sí un montón de cosas que se ha perdido. Pero no quiero seguir hablando de este tema. ¿Qué habría que hacer entonces? ¿Pagar a los niños del aula? ¿Y además qué habría que hacer, pagar más al niño al que se ve más que a los demás?, ¿y habría que pagar también al conductor del autobús que los lleva al colegio? Eso es el final del documental. Se trataba simplemente de filmar a una persona que estaba ejerciendo su trabajo diario, como profesor. Distinto sería, quizá, si se tratase de filmar a un filósofo, o a algún autor que estuviese desarrollando algún tipo de idea. Y ahora me gustaría decir algo sobre las autorizaciones, puesto que todos cuantos hacen documentales, en un momento u otro, tienen que enfrentarse a ese problema. He aquí lo que pienso. Hasta ahora casi nunca he pedido a nadie que firme autorización alguna, salvo en el caso de los niños, puesto que ahí el Ministerio de Educación pide que haya una autorización por parte de los padres, y eso me parece normal. Cuando iba a hacer el rodaje de ‘La moindre des choses', alguien me dijo, ‘ah, ¿vas a hacer una película en un sanatorio psiquiátrico?, deberías pedirles que te firmasen una autorización y así después podrás hacer con la película lo que tú quieras’. Pero yo creo que cuando se hace una película documental, en realidad, no haces lo que quieres, o todo lo que quieres. Sí que tienes cierta responsabilidad respecto a las personas que filmas. Precisamente porque no son actores, a quienes puedes pedir que hagan cualquier cosa. Claro, desde el momento en que pagas a la gente, entonces sí que puedes pedirles que hagan cualquier cosa, y decir, ‘bueno, puesto que le pago, mañana quiero que antes del desayuno esté listo porque voy a venir aquí y voy a rodar lo que hace usted antes de desayunar, puesto que le pago para eso’. Pero el hecho de tener un papel con una firma, no te autoriza a hacer cualquier cosa. No te libera para hacer lo que quieres. Por mucho que tengas un papel firmado, judicialmente eso va a tener un poder muy limitado, puesto que si haces una película que representa un insulto para esa persona, por mucho que tengas una autorización previa, esa persona podrá demandarte ante los tribunales. Y con razón. Además, en esta película estábamos trabajando con personas que son psicóticas, así que está claro que no puedes coger la cámara y seguirles de cualquier modo. Ya desde el primer día les expliqué, ‘mirad, vamos a hacer una película y cada uno de vosotros os tenéis que sentir completamente libres a la hora de aceptar la cámara o de no aceptarla, por el motivo que sea; tenéis libertad, y ni siquiera quiero saber el motivo, las razones son exclusivamente vuestras’. En esta amalgama de doscientas personas entre las que había cuidadores y enfermos, no hay que pensar que se erigieron en dos grupos, entre los que querían ser filmados y los que no. Tres sí que dijeron que no, que no querían ser filmados. Dos cuidadores y un enfermo. Los demás no dijeron nada, decidieron simplemente esperar y ver qué ocurría, ver cómo se iban a desarrollar las cosas, y después, progresivamente, fueron decidiendo, en cada momento, si querían ser filmados o no. Uno no decide así como así que quiere que le estén filmando durante dos meses. Como cualquiera de nosotros, había días que tenían ganas, pero igual al día siguiente no tenían ganas de que estuviese alguien con una cámara delante de ellos, por que no se sentían bien o por lo que fuere”.
Posiblemente hay muchos documentales que han sido posibles gracias a que se ha pagado a sus protagonistas. Es el “pero” que se añade a películas como “Grey Gardens”, de los hermanos Maysles, y de la que ha hablado la Productora Asociada, Susan Froemke, y lo ha reconocido en distintas ocasiones. Por otro lado, si quieren seguir las opiniones de Errol Morris, pueden visitar el blog del director, hospedado en la web del periódico “The New York Times”, en esta dirección.
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